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CRONICAS DEL CRONISTA GUATEMALTECO HECTOR GAITÁN


CRONICAS DEL CRONISTA GUATEMALTECO HECTOR GAITÁN
La cámara fotográfica
 “Jaime era uno de esos muchachos que siempre está a la moda y las camaritas eran la novedad en Guatemala, quién sabe cómo hizo, pero la realidad fue que, de la noche a la mañana, resultó con la presunción de que tenía una cámara de sacar fotografías…”
(COMENTARIO INNECESARIO: Si me preguntan a mí, diría que ese Jaime hizo algo turbio para conseguir este costoso y exclusivo equipo tan bajo de agua.)
En fin, el hecho es que el jovenzuelo se convierte en un maestro del obturador y en algunas de sus hazañas, conoce a una bellísima chica de blanco, que no presenta a nadie… ni a su mamá (¡ofensa de época!). Lo que pasa, pasa, y los jóvenes en cuestión deciden escaparse un día a Amatitlán solo con la intención de “admirar la naturaleza” y tomarse unas fotografías. Finalmente el trip sale mal, Jaime regresa solo, busca a su bombón en la ciudad, su familia le comenta que murió hace siete años ahogada en el lago, revela el rollo y la chava no sale en ninguno de los negativos recién tomados… y Gaitán concluye que “algunas veces una cámara puede ser la perdición de un hombre”.  
Acepto que comencé a leer este cuento porque mencionaba en el título “cámara”. Tenía esta curiosidad de cómo se presentaba este objeto que tanto amo en otras épocas… y fue ilustrativo. 
Un pasajero misterioso


Levante la mano quien transita MUY seguido por la Avenida Reforma. (Una versión mía omnipresente se da cuenta de su participación y la agradece). ¡Yo también soy una de estas personas! pues prepárense para que la piel se les ponga de gallina con esta narración inevitablemente terrorífica (Suena una risa malévola como “Mua-ha-ha…! o algo similar).
Resulta que en una época en donde las carrozas y los caballos aún eran un medio de transporte común en la ciudad, trabajaba un cochero llamado Alfonso. El pocho (como me gustaría haberle dicho), era el don de confianza de muchos estudiantes para llegar a sus destinos. Su vida transcurría con relativa pasividad, hasta que una tarde el “Niño Julián” solicitó sus servicios y le pidió que se desviara de la ruta tradicional, pasando por la Reforma. (Cha-nán!)
¿Y qué pasó? Pues digamos que su narración incluye gritos del pasajero, corceles corriendo como almas que se lleva el diablo, que echaban espuma por la boca y sudaban copiosamente, y por supuesto, muertos.
Dato curioso: Gaitán menciona que la Reforma estaba solitaria, llena de sonidos de pájaros y de cipreses. Vaya tiempos, ¿no? 


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